Final de Nada, Comienzo de Todo

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Hoy paso a contar mi última etapa, llena de «darse cuenta’s» maravillosos y sorprendentes.

Llegar a Santiago, cerró un periodo, pero no fue el final de nada, sino el comienzo de todo.

El día que salí de Salceda, 30 de Agosto, 7 de la mañana, salí sola. El grupo se había reducido considerablemente, aunque yo siempre andaba acompañada de lo que yo consideré llamar mis dos escuderos :D. Uno iba por delante de mí, había salido temprano, y el otro siempre salía más tarde que yo, aunque luego nos termináramos encontrando en alguna parada, con un café o una Estrella Galicia.

Salí a las 7 y llamaba llorando a mi madre de impotencia, cuando es mi madre quien me consuela, el dolor parece menos. La noche anterior decidí dejar unas cuantas cosas en la cocina, éramos muchos en la habitación, hacía calor, y meter comida allí no me pareció adecuado. A la mañana siguiente no pude recoger nada de lo que había dejado, se habían llevado casi la totalidad de la comida y una navaja. Me dio mucha rabia, una muestra más de esta sociedad en la que vivo, y en la que desde que tengo uso de razón no sé si encajo, o si quiero encajar, y con respecto a la que me encuentro continuamente en la encrucijada entre odiarla y amarla a partes iguales, de querer salir de ella y tener esta necesidad de pertenencia. El principio de pertenencia en los sistemas es un principio fundamental, y a nivel micro social no iba a ser menos.

Llamé a mi madre, enfadada, indignada, impotente. Dejé salir el enfado, las lágrimas de impotencia, e hice limpieza emocional.

Negar las emociones es tan malo como agudizarlas, son dos síntomas de una misma raíz, una gestión emocional disfuncional. 

Las lágrimas hicieron su labor, limpiaron mis ojos y mi ánimo. Hay que dar a cada cosa su espacio, para que no se enquiste, vivirlo, y una vez vivido dejarlo marchar. Así dejamos espacio para otras experiencias, y así fue este día.

Al cabo de media hora, me descubrí pensando que Lady Halcón podría encontrarse en su forma humana con su amado, puesto que el Sol y la Luna me acompañaban cada uno en una punta del horizonte mientras caminaba. 🙂

«¿Me pongo música? ¿no será «ultrajar» el sentido del camino?»

A la mierda los prejuicios. Me apetecía escuchar música y lo hice. Caminaba cantando y cuando no había nadie por el camino, bailaba…  había encontrado la mejor manera de estar conmigo. Música. Así pasaron los pasos, subí hasta Monte de Gozo casi sin darme cuenta, adelantando a mucha gente y sobre todo, como hacía últimamente, planificando mis pasos y sobre todo mi ritmo. En las subidas no miraba al final, sólo me repetía un ritmo de cadencia suave y rápida a la vez (1, 2, 1, 2…), me convencía de que lo podía hacer, y lo hacía.

Me recuerdo muy feliz, muy feliz estando sola. Y es que… la soledad tiene mala fama, porque estar con nosotros mismos nos deja sin escapatoria, y sale todo, lo bello y lo feo… y ese día… yo estuve conmigo… y dejé salir lo feo (ese cabreo monumental nada más empezar a caminar), y la alegría de cada paso, de ese chocolate llegado en el momento preciso, y de esa música que me permitía estar más conmigo, si cabía.

«¿Voy a llegar sola a Santiago? Uy… qué fuerte… VOY A LLEGAR SOLA A SANTIAGO… es mi sino».

No iba a hacer nada por que no fuera así, iba a dejar que la vida moviese sus hilos, y me dijera si mi sino era o no era llegar sola. No pensaba forzar, ni buscar un resultado que la vida no me regalara por sí sola.

Fluir, ese día fluí más que muchos otros en mi vida. Seguí caminando, no sabía ni donde estaba y… tampoco me importaba. Hasta que cerca de la televisión gallega, me llegó un mensaje:

– ¿Dónde andas?

– No tengo ni idea

No disfruté nunca tanto como ese día, sin horas, sin saber dónde estaba, perdida y encontrada…

– No sé dónde estoy, espera que pongo el GPS. Estoy a 7km. de Santiago. (Foto del sitio). Ahh… acabo de pasar la televisión gallega…

– ¿Parada en Monte Do Gozo?

– Ok, si luego vamos al mismo ritmo sí, si no sigo hacia delante y ya me alcanzarás…

Total lo iba a hacer igual… siempre lo hacía…

Había llegado a Monte Do Gozo casi sin enterarme de la temida cuesta; entre canciones, bailes, pasos, buenos días, llamadas de teléfono… Parada en Monte Do Gozo y bebida fría. Creo que nunca he visto a nadie tan contento con una cerveza, y es que en el Camino lo esencial es pequeño, básico… A partir de ahí fui acompañada. Es la magia del Camino, cuando necesité soledad me la dio, y cuando necesité compañía, también.

La entrada a Santiago un poco sosa, industrial, mastodontes de pisos… Volvía a mi naturaleza urbanita… y no me gustaba mucho. Entramos a la ciudad antigua, casi nos damos la vuelta en el límite y nos volvemos a Saint Jean… Pero no lo hicimos. Llegamos a Santiago, recorrerla hasta llegar a la Catedral, recordar la última vez que había estado allí, dónde había comido, dónde había llorado… En esa ocasión, me dije que la siguiente vez entraría andando a la ciudad y que si no, no la pisaría. Cumplí mi promesa.

Llegar y…

¿y ahora qué?

Esa misma sensación de fin de exámenes… Y ahora… ahora empieza el camino, como me dijeron tantas veces y tantas voces a lo largo de estos días. Plaza del Obradoiro. Mi amigo casi en estado meditativo y yo dando saltos de alegría detrás de él, la estampa debía ser bastante cómica. Cuando me cansé, me senté, y entonces, igual que en los exámenes, el bajón…

– ¿Estás bien?

– Ya sabes, el bajón después del subidón.

Dos segundos después de necesitar un abrazo, sin pedírselo, me lo dio, y es que la comunicación a veces sigue senderos que escapan a mi razón.

Así llegué a Santiago. Así estuve en Santiago. Fue casi mejor el estar allí y seguir compartiendo con todos los compañeros con los que, por goteo, me iba encontrando, que llegar.

Sentir un final… y un comienzo… un «y ¿Ahora qué?»

– Y ahora… lo que tú quieras, bella – Siento que me diría mi amiga Paula.

Mi camino no acabó en Santiago.

Santiago fue un «continuará…»

Y mi Camino continuó aquí, en Madrid, y continúa a día de hoy, porque Santiago no es el final, es el comienzo.

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Soy Cris. Tu psicóloga cañera.

Psicóloga de profesión y por vocación, aunque muy humana por encima de todo. Soy un culo inquieto, preguntona desde que aprendí a hablar y curiosa de las emociones desde que tengo uso de razón.

Vine con las ganas de ayudar de serie, por eso decidí dar vida a este espacio en el que acompañar a personas en sus procesos para sentirse mejor.

BYE BYE TIBIEZA.
HELLO CAÑA.

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