Más sobre mí: mi historia con la vulnerabilidad

Índice de contenidos

Un amigo decía que yo era psicóloga mucho antes de empezar a estudiar la carrera. Creo que mi historia personal me hizo entender muy pronto las emociones humanas, y sobre todo, me hizo muy avispada para leer a otros.

Pones palabras a lo que siento

Cuando tenía 16 años ya empezaba a escuchar eso de: «Es increíble, describes mejor que yo mism_ lo que me pasa», «pones palabras a lo que siento».

En esas fechas cursé la optativa de Psicología en el instituto, a la vez que acudía por primera vez a una consulta psicológica. Diagnóstico: depresión.

Esto supuso un punto de inflexión en mi vida, a partir de ese momento la psicología se convirtió en una forma de vida.

Conversaciones, lecturas, cursos sobre psicología, talleres y retiros vivenciales empezaron a ocupar gran parte de mis inquietudes, mi tiempo y mi vida. Después vino la carrera de psicología, y por qué no decirlo, el desencanto.

Durante años estuve perdida en la confusión, el desencanto, la incertidumbre, el miedo, el desarraigo… Y cargaba con mucha vergüenza y una gran culpa

La salida es hacia dentro

Todo empezó con la psicología como optativa, pero hubo, el que considero, el gran  punto de inflexión de mi vida hasta el día de hoy: recordar un trauma de la infancia.

El dolor, la rabia, la ira, la indefensión, el rencor y el resentimiento consiguieron que casi pegara alguien en un centro comercial porque me había “chistado”.

Estoy rodeada de personas que me quieren y que amplían mi forma de ver el mundo, y gracias a ellos que me pararon a tiempo, no lo hice.

En el coche lloraba diciendo, «esta no soy yo, esta no soy yo, esta no soy yo…».

Pensaba: «¿cómo puede algo tan pequeño haberme hecho tener ganas de “reventar” a alguien?»

Tengo luces, pero también muchas sombras.

Lo que no estaba viendo, pero sí experimentando

ALERTA: Si quieres leer solo parte de esta entrada, lee esto ⬇️

Estaba cargada de ira, de rabia, y sentí que cualquiera tenía la capacidad de hacerme perder mi poder personal.

Tomé consciencia de que tenía que dejar atrás ese suceso y las implicaciones que en la actualidad estaba teniendo en mí.

El perdón era el único camino. Hacer las paces con mi pasado. No necesariamente con los personajes implicados en el trauma.

Aunque no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, desde ahí todo fue como una flecha. No voy a decir fácil, pero sí “enfocado” a un único objetivo, dejar de sentirme así de mal.

El perdón removió la ira, la rabia, el dolor, la tristeza, el resentimiento, y sobre todo la culpa, mucha culpa. Tomé consciencia de lo indigna de Amor, entendido como “derecho o merecimiento a conectar con los demás”, que me sentía y me había sentido todo este tiempo atrás.

Sentí vergüenza de mí misma.

El punto de inflexión

Poco a poco, y más por una necesidad desesperada de dejar de sentirme así de mal, empecé a mirar aquello que tanto asco me daba de mí misma. Y fui capaz de hacerlo como cuando alguien abraza a otra persona que está rota de dolor. Creo que, sin saberlo, era la primera vez que sentía compasión hacia la persona que yo era y a la que había estado odiando en silencio todo este tiempo.

Y empecé a dejar de tener miedo a ser vulnerable, y entendí que saberme vulnerable y aceptar eso de mí me hacía más fuerte. Ya no necesitaba a nadie externo a mí que preservara mi integridad, o me protegiera.

Yo, mi versión adulta, me había convertido en esa persona que necesitaba, quien preservaría mi integridad, mi dignidad y me cuidaría.

Epílogo final

Desde entonces he cambiado mucho y he aprendido que cada emoción es información que puede hacerme crecer si la miro con la curiosidad de la niña y con la seguridad de confiar en mi parte adulta.

Nunca creí que tocar mi vulnerabilidad, aquello que me habían dicho que era de débiles, me hiciera sentirme capaz de no sólo mirarla, sino también abrazarla, sostenerla y seguir adelante. Eso me hizo sentir una confianza y un Amor que no había sentido nunca.

Me sabía capaz de afrontar lo que hasta hace nada de tiempo era inafrontable.

Era fuerte. Era capaz.

Si te ha gustado, comparte:
Facebook
Twitter
Pinterest
LinkedIn

Soy Cris. Tu psicóloga cañera.

Psicóloga de profesión y por vocación, aunque muy humana por encima de todo. Soy un culo inquieto, preguntona desde que aprendí a hablar y curiosa de las emociones desde que tengo uso de razón.

Vine con las ganas de ayudar de serie, por eso decidí dar vida a este espacio en el que acompañar a personas en sus procesos para sentirse mejor.

BYE BYE TIBIEZA.
HELLO CAÑA.

Si te gusta lo que lees y quieres estar a la última en mis noticias y en #PsicologíaCañera, suscríbete.

Buenas dosis de inspiración para romper moldes, salirte de la norma, cuestionar el mundo (cuando haga falta) y sentirte con derecho a ser tú mism_.

¿Conectamos?

Los más leídos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar:

Mi forma de trabajar

Siempre he sido un poco perro verde. Me di cuenta, hace relativamente poco tiempo, de que para algunas personas soy una persona “incómoda”. Tengo la

Leer más